Chesterfield, el sofá más famoso del mundo

La historia del sofá más conocido del mundo

Aunque no hay acuerdo unánime acerca de si el sofá Chester y su clásico capitoné nacieron a finales del siglo XVIII o a principios del XIX, lo que sí se sabe a ciencia cierta es que este icono británico procede de la imaginación de un ebanista londinense que, siguiendo las indicaciones del Conde de Chesterfield, construyó un asiento donde los hombres distinguidos se encontraran cómodos y mantuvieran, al mismo tiempo, una postura erguida.

Según una parte de los historiadores, esta pieza estaría destinada a la decoración de los clubes masculinos de la Inglaterra decimonónica, donde estaba prohibida la entrada a las mujeres. Afortunadamente ahora podemos ver el chester en la televisión y en el cine, así como en todo tipo de entornos mucho menos estrictos con sus costumbres.

Esta preocupación por el diseño y la postura no nació de una supuesta filantropía del conde, ya que se dice de él que era un hombre poco generoso y de gran ambición, preocupado por las apariencias, como correspondía, por otra parte a su época. De ahí que exigiera que la forma del mueble exigiese a quienes fuesen a sentarse en él que permaneciesen erguidos con dignidad. 

Hace más de doscientos años que el Chesterfield nació y no ha envejecido ni un solo día desde entonces. Diseñadores y decoradores han conseguido adaptar la forma y el tapizado capitoné a todas las épocas, lo han convertido en una pieza más cómoda y también más adaptable a los hogares modernos y a todo tipo de entornos. De hecho, es posible seguir el rastro del sofá Chesterfield en la televisión y en el cine. Quizá el Chester más famoso sea el que apareció durante años en la pequeña pantalla como pieza central del Central Perk, en la serie Friends, pero no es el único: los años ochenta amueblaron todas las consultas siquiátricas del cine con este modelo de sofá y tampoco es difícil encontrarlo en revistas de decoración y en casas de famosos, deportistas, actrices o modelos.

La leyenda          

Existe una leyenda adicional acerca de la historia del sofá Chester. El conde, de nombre Philip Dormer Stanhope, habría realizado el encargo con una intención más doméstica: que el uniforme de su mayordomo no desluciera mientras este estuviera sentado a la espera de recibir sus instrucciones. Así, habría exigido un mueble robusto que le obligara a permanecer recto. El mayordomo, a lo largo de los años, se habría cansado de tener que sentarse en una postura muy correcta pero también muy incómoda y aprovechó las últimas palabras de su señor para deshacerse del mueble.                                                    

Se cuenta que, en su lecho de muerte, el conde recibió la visita de un joven diplomático (Mr. Stanhope era un conocido miembro del partido conservador inglés), el señor Dayrolles. Al ver que su huésped carecía de lugar donde sentarse, el moribundo indicó al mayordomo que diera a Mr. Dayrolles un asiento (en inglés, Please, give a seat to Mr. Dayrolles). Aunque el conde se refería que le ofreciera un lugar para que el invitado no se quedase de pie, el mayordomo decidió interpretar que debía darle físicamente no un asiento cualquiera, sino el suyo. Así, muy en contra de sus deseos, el joven Dayrolles se encontró viajando con Chester hasta su domicilio. Una vez allí, tras los múltiples inconvenientes de transportar un mueble tan pesado, el político se dio cuenta de la impecable factura del sofá y de la suerte que, a fin de cuentas, había tenido. Se hallaba en posesión de un elemento de decoración atemporal al que los años habían enriquecido gracias a la calidad del cuero marrón de su tapicería y a la impecable factura de su estructura cuadrada y formal.

Parece que esta segunda historia es la más cercana a la realidad y que fue después cuando el sillón Chester se convirtió en el gran sofá que hoy conocemos. Una vez visto por damas y caballeros de la alta sociedad londinense, el modelo pasaría a formar parte del mobiliario de los clubes masculinos primero y de las viviendas de la clase acomodada después. Ya fuera para mostrar opulencia o para aparentar la pertenencia a una clase social superior, el hecho es que el Chester y su capitoné se convirtieron en una pieza imprescindible en la Inglaterra victoriana. 

 El resto del mundo lo recibió con los brazos abiertos debido a dos hechos fundamentales: en primer lugar, los oficiales del Imperio Británico, en su mayoría pertenecientes a las clases sociales más altas, protagonizaron el segundo capítulo en la historia de "viajando con Chester", puesto que lo llevaron consigo cuando fueron destinados a lugares tan remotos como la India, donde el estilo inglés aún perdura. Por otra parte, incluso después de firmar la independencia de las trece colonias, a la que el Conde Chesterfield había sido contrario, en Estados Unidos la nostalgia de lo inglés confirió a esta pieza gran importancia en los hogares de los nuevos señores y, más tarde, de los burgueses hasta llegar por fin, a popularizarse absolutamente.